Con los de abajo, siempre.

Creo que es la primera vez que escribo sobre política, países o banderas. Pero hoy creo, con una profunda sensación de impotencia y asco, que es el tema con el que debo volver a escribir aquí.

Durante el día de ayer, en España, pudimos ver imágenes que avergonzaron a todo el mundo, al menos a la gente decente, recordando aquellos tiempos oscuros del país. Nunca pensé que en los tiempos que estamos callarían la opinión del pueblo a base de palos y balas de goma.

Nunca he sido gran amante de mi país, que sí de su gente, ni nunca he sentido un poco de orgullo de aquellos que alzan la voz orgullosos de «sentirse» español, como si no fuese algo fruto del azar pertenecer a un sitio o a otro.

No me gustan los nacionalismos, no me gustan los trapos (banderas) que separan a la gente, no me gustan los himnos ni las ansias de diferenciación por ser de un sitio o de otro. Me gusta la gente, la buena gente, que solo quieren vivir en paz y en algunos casos poder decidir qué quieren ser.

Nadie debería decidir por nadie qué y quién debe ser. Y menos a base de represión.

Me da pena ver lo de ayer, me da pena no ver el verdadero problema que no es más ni menos que una lucha por el ansia de poder. Me da pena que sean las clases humildes las que sufran.

Yo no tengo dudas del lado en el que estoy, por conciencia y pertenencia, estoy del lado de la buena gente, de los humilde, de los de abajo, de los que sufren por la avaricia de los poderosos, de la clase obrera. Estoy del lado de los que ayer recibieron golpes por parte de aquellos que dicen proteger a su pueblo.

Algún día el miedo cambiará de bando.